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¿Cómo ha evolucionado la perspectiva del riesgo en el mercado?

En la edición pasada platicamos un poco respecto a lo que es una calificadora, qué califican y cómo es el mercado de calificadoras en México. Ahora, presentaremos en breve la evolución que ha tenido la perspectiva de medición de riesgo y cómo se ha modificado a partir de eventos económicos, sociales y ambientales.

Cuando hablamos de riesgos podemos estar abordando diferentes tipos; por ejemplo, los relacionados con la operación, liquidez, las afectaciones naturales o los cambios diversos dentro del mercado. Desde sus inicios, el análisis que hacen las calificadoras ha estado más orientado a ayudar a los inversionistas a entender la parte cuantitativa de los activos en los que pueden o quieren invertir.

La historia de las calificadoras se remonta al siglo pasado, cuando se realizaron las primeras publicaciones de análisis de inversiones respecto al sector ferrocarrilero; después se desarrollaron publicaciones más enfocadas a bonos corporativos, deuda soberana y bonos municipales. En 1924, ya se utilizaban las escalas que hoy típicamente conocemos y ya existía un mercado en el que los inversionistas reconocían el soporte que les daban las agencias calificadoras para la toma de decisiones; además, las calificaciones mejoraban la percepción en el mercado del emisor y ayudaban a reducir el precio que se tenía que pagar por obtener los recursos, pero siempre con la perspectiva cuantitativa que brindaban los números de cada una de las entidades y activos.

Sin embargo, crisis económicas como la del 2008 han puesto de manifiesto el posible conflicto de interés que se puede presentar cuando el que paga las calificaciones es la misma entidad que las solicita, proporcionando información numérica que puede ser parcialmente cierta o que se presta a manipulación por parte de los participantes, principalmente en activos estructurados. Lo sucedido con los activos subprime generó una legislación más estricta para el sector, con el fin de cuidar los intereses de no sólo las entidades participantes, sino de los inversionistas y cualquier stakeholder de la transacción.

Asimismo, desde el punto de vista de la inversión responsable, a partir de la década de los sesenta se ha desarrollado un mercado en el que ya no sólo la filantropía o las fundaciones ocupan el foco de los que tienen el recurso económico, sino que buscan que a nivel negocio el impacto se vea reflejado en un mundo de finanzas sustentables, en donde los recursos no sólo tengan métricas financieras, sino también de impacto social, ambiental y de gobernanza, y más aún: que promuevan entidades sustentables en el largo plazo.

Por lo anterior, la perspectiva de los inversionistas ha venido cambiando; comenzó con una discriminación en sus portafolios de inversión a empresas que estuvieran expuestas a algún sector en específico, hasta hoy en día, en donde se requiere que las políticas de riesgo estén alineadas con los estándares establecidos por organismos internacionales, tales como el Banco Mundial, la ONU y el Fondo Monetario Internacional.  En este sentido, en 2015 se publicaron una serie de elementos a los que el mercado se ha venido adaptando y que hoy conocemos como los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), lo que provocó que el mundo financiero, es decir, los inversionistas, impulsara el desarrollo sostenible de las empresas, gobiernos y el ecosistema en general, a partir de la concientización y responsabilización de los manejadores de estos recursos.

Finalmente, todo esto ha provocado que las metodologías de administración de portafolios, riesgos y crédito capturen no sólo el impacto numérico de la información financiera de las entidades, sino también la materialidad de los riesgos cualitativos para encontrar una parametrización que considere el impacto de todos estos aspectos en la capacidad de pago. No ha sido una tarea fácil y aún queda un largo camino por recorrer, pero actualmente se observa una tendencia de cambio; esto queda patente en la incorporación de áreas especializadas en sostenibilidad, en la promoción de estrategias que no sólo promuevan las inversiones de impacto, sino una conversión integral de las políticas de inversión, y finalmente, en las acciones que los mismos reguladores están tomando para estandarizar y establecer frameworks que sirvan como base para construir hacia adelante lo que sea necesario para consolidar una perspectiva de riesgo mucho más integral y ajustada a la realidad que vivimos en el mundo.

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