En términos formales, la reunión de los tres líderes de Norteamérica tuvo como objetivo el fortalecer la seguridad, prosperidad, sustentabilidad e inclusión en la región a través de compromisos a lo largo de seis pilares: diversidad, equidad e inclusión; el medio ambiente y el cambio climático; la competitividad; la migración y el desarrollo; la salud y la seguridad en la región.
En este marco y apartándome de los abundantes resúmenes del evento, doy un paso atrás y reflexiono acerca de las señales clave asociadas a la Cumbre que tuvo lugar hace pocos días. Sobre todo, aquellas que, a mi opinión, podrían tener mayor relevancia práctica desde un punto de vista económico.

Primero. Es de destacar que se priorizará el interés regional y tiene la voluntad de retomar este tipo de reuniones a pesar de un contexto global complicado, donde se experimenta un rebalanceo de pesos y contrapesos geopolíticos, se plantean dudas y retos para la globalización y la integración económica y comercial. La agenda regional luce como una prioridad de política económica, más que meramente una acción de rutina diplomática.
Segundo. Es reconfortante que desde México se haya dado tal relevancia al evento, en un marco donde buena parte de la agenda económica y política mira hacia dentro o selectivamente hacia centro y Sudamérica. La priorización de la relación con EUA y Canadá, como fuente de crecimiento económico a nivel local y a partir del libre comercio y la integración de las cadenas productivas es una señal constructiva. Lo anterior, reitera la importancia de respetar y reforzar los pilares de la estabilidad macroeconómica y financiera, dándole continuidad a un cierto conjunto de políticas económicas establecidas en los últimos treinta años -el libre comercio en este caso.
Tercero. La búsqueda de los beneficios estratégicos del “Nearshoring” o la diversificación de riesgo productivo buscado por EUA, encontró un punto en común con una agenda de autosuficiencia impulsada desde México (con aristas más polémicas). Como resultado, se conformará un grupo cuyo objetivo será lograr producir un cuarto de las mercancías que hoy se importan desde Asia.

Es de esperarse que las implicaciones para el crecimiento económico podrían ser positivas para México. No obstante, más allá de evidencias anecdóticas, tal proceso podría tomar su tiempo y no tener efectos inmediatos. Más aún, quizás no se daría en la forma de un cheque en blanco para México, que si bien cuenta con ventajas competitivas centradas en su proximidad con EUA y sus bajos costos laborales, se detectan áreas de oportunidad en materia de productividad, certidumbre jurídica y marco fiscal.
Cuarto. Desde un punto de vista menos claro. La reunión pudo haber sentado bases para un mayor entendimiento y proximidad entre los mandatarios. No obstante, la inconformidad manifiesta por parte de EUA y Canadá en relación con las implicaciones que la nueva política energética tiene sobre las inversiones provenientes de esos países en México sigue estando vigente. A lo anterior se suma la reciente decisión del gobierno de México de suspender la importación de maíz transgénico. De llegar dichas inconformidades a paneles (bajo el marco del T-MEC), muy probablemente resultará en la búsqueda de subsanar el daño de manera equivalente, en detrimento del sector exportador mexicano.
En suma, hay señales claramente positivas y de entendimiento, que se derivan en compromisos y objetivos en la dirección correcta y se detonan acciones con objetivos específicos. Ahora, como en todo plan o estrategia, hace falta una buena ejecución, la cual no solo dependerá de la intención de cada una de las partes sino del contexto de la relación trilateral. No perdamos de vista la resolución de los procesos abiertos en el marco del T-MEC, que pondrá a prueba la voluntad de las partes.
Joel Virgen es economista del sector financiero con sede en Nueva York, EUA. Sus opiniones son a título propio y no necesariamente representan las de alguna institución financiera internacional, ni del Grupo BMV.