El ser humano siempre ha buscado conocer el futuro. Muy al inicio (y algunos hasta la fecha), voltean a ver a las estrellas y a las conjunciones de los planetas para intentar adivinar lo que vendrá la siguiente semana o mes. Aventábamos huesos y cartas y según como cayeran era el futuro que nos deparaba. Aunado a esto, nos encomendábamos (y lo seguimos haciendo) a seres superiores para que nos cuiden y nos guíen de la incertidumbre del futuro.
En paralelo a lo anterior, empezamos también a echar mano de la ciencia para buscar pronosticar el futuro. Un ejemplo de eso es cuando empezamos a modelar el clima y, hoy por hoy, la meteorología es una ciencia relativamente confiable en términos de predicción, aunque a veces también falla. Seguimos avanzando y, este conocimiento más profundo de modelos matemáticos y estadísticos nos empezó a convencer de que, si podíamos pronosticar el clima, también podíamos pronosticar lo económico y financiero. Y nos aventamos a hacerlo.
Si volteamos a ver cuándo se empezaron a hacer pronósticos económicos y financieros, no tendríamos que ir muy atrás en la historia para descubrirlo. El inicio de esta práctica como una práctica seria se remonta a la década de 1960, es decir, hace 60 años. Antes de eso, los pronósticos económicos y financieros no eran tomados muy en serio. Sin embargo, ahora sí lo son ¿Por qué? ¿Qué cambió? En esencia, cambió nuestra confianza en nosotros mismos. La incrementamos. Revestimos nuestros modelos con un halo de infalibilidad porque están basados en ciencia dura, a saber, matemáticas y estadística. Sin embargo, existe un grave problema con esta forma de pensar.
El problema es que la economía y las finanzas no son una ciencia exacta. Son una ciencia social, y como buena ciencia social los modelos matemáticos no funcionan para describirlos. Sin embargo, en la escuela y libros de texto nos enseñan constantemente modelos y técnicas para predecir lo que sucederá con el PIB o con la bolsa de valores, y solemos creerles a rajatabla. ¡Tantos premios Nobel de Economía se han dado por esos modelos! ¡Quiénes somos nosotros para contradecirlos!
Veamos otro ejemplo. En la intervención de septiembre de la Fed, los miembros de la Junta de Gobierno, todos economistas muy reconocidos, actualizaron sus pronósticos para distintas variables económicas. Una de esas variables fue el PIB para 2023. El más pesimista cree que el PIB para el siguiente año será de -0.4%, mientras que el más optimista de 1.9%. El pronóstico del resto estaba uniformemente distribuido entre ambas cotas. ¡Es una dispersión enorme! ¿Qué es lo que nos dice esto? En realidad, nos dice que ¡no tienen idea de hacia dónde va la economía! Oye, Luis, pero ¿y sus modelos? ¿y sus estudios? Pues ni sus modelos ni estudios son buenos para pronosticar una actividad humana, una actividad social. Entonces, ¿dónde estamos parados? ¿qué podemos hacer para navegar la incertidumbre si los modelos muchas veces no funcionan?
La incertidumbre está en todos lados y es inherente a nuestra forma de ser y de pensar. Como ya dije, creemos que podemos predecir el futuro, cuando en realidad nuestras capacidades predictivas son muy limitadas. Entonces, lo primero que hay que hacer es darnos cuenta de nuestras limitaciones, y hacer la paz con la idea de que somos malos prediciendo. Ese es el primer paso. Una vez que logramos sacudirnos la falsa certidumbre que nos dan los modelos, podemos seguir avanzando.

Si somos malos prediciendo, entonces, no hay que predecir. No gastes tu tiempo buscando o haciendo predicciones. Mejor, utiliza ese tiempo preparándote para lo que sea que venga: bueno, regular o malo. Y aquí me gustaría introducir el concepto de la “opcionalidad”. En esencia, la opcionalidad es la “ciencia de tener opciones”. Se escucha sencillo, pero muchas veces no lo es. Muchas veces, debido a nuestras convicciones, cultura, educación, etc. nos “casamos” con una sola opción (de vida, financiera, económica, educativa, laboral, etc), y eso nos vuelve vulnerables al azar. Si por alguna razón, el azar no favorece la opción con la que nos casamos, entonces podríamos perderlo todo. Y casarnos con una de nuestras opciones es mucho más común de lo que pensamos, porque nos genera la falsa seguridad de que estamos construyendo algo que no puede ser dañado.
Dicho lo anterior, la opcionalidad es una de las armas más poderosas para afrontar la incertidumbre. Tener la opción de cambiar de rumbo en cualquier aspecto de nuestra vida, incluyendo nuestros portafolios de inversión, cuando nosotros queramos es valiosísimo, sin embargo, es un aspecto muy poco apreciado por la mayoría de las personas. Dedicar el tiempo a crear opciones en cualquier aspecto de nuestra vida es muchísimo más importante que buscar predecir lo que viene. Y no solo más importante, sino también más redituable.

No sabemos lo que viene, pero si podemos prepararnos para lo que sea que venga. ¿Cómo? Creando opciones, rutas de escape, caminos alternos. ¿Es fácil? No. ¿Requiere trabajo? Sí, trabajo tanto mental como sudor en la frente. El trabajo mental radica en buscar no aferrarnos a nada, y el sudor en la frente en construir dichas opciones. Sin embargo, si lo logras, serás prácticamente invulnerable ante la incertidumbre, en cualquier aspecto de tu vida. Dicho esto, ¿cómo va a salir el PIB el siguiente año? No lo sé y no me importa, pues estoy preparado para lo que venga.
Por Luis Gonzalí, CFA. VP/Co-Director de Inversiones en Franklin Templeton México