Este cuestionamiento viene desde el año de 1934, cuando Simon Kuznets, advertía al congreso de los Estados Unidos de Norte America, que el PIB era una medida de volumen de la producción de la economía y que es muy difícil deducir el bienestar de una nación a partir de su renta nacional, sin embargo, consideró que sus advertencias eran ignoradas y que tanto economistas como políticos acostumbraban a equiparar prosperidad y crecimiento del PIB per cápita.
Años más tarde de su declaración ante el congreso, amplió sus críticas cuando declaró: “…Hay que tener en cuenta las diferencias entre cantidad y calidad del crecimiento, entre sus costos y sus beneficios y entre el plazo corto y el largo. […] Los objetivos de «más» crecimiento deberían especificar de qué y para qué…”, y finalmente, en 1971 recibe el premio nobel de economía.
En una de sus hipótesis relacionó el crecimiento económico y la distribución del ingreso. Según ésta, el crecimiento basta para reducir la desigualdad económica, aunque la desigualdad también se asocia a los comienzos del crecimiento, cuando existe la necesidad de realizar grandes inversiones en infraestructura y en bienes de capital. Luego la generación de empleo y el aumento de la productividad conducirían a salarios más elevados y a una mejor distribución del ingreso. En términos de desigualdad, siempre será preferible la menor posible, sin embargo, son muy admisibles las brechas, la desigualdad es un resultado natural de las economías de mercado, en las que los participantes intercambian bienes y servicios de forma voluntaria. En ese entorno, cada individuo emplea su tiempo y sus recursos de la mejor manera de acuerdo con sus preferencias.
El ingreso tiende a ser diferente dependiendo de las características personales, como las habilidades, la preparación escolar, la dedicación laboral y la tolerancia al riesgo, entre otras. Así, las diferencias de ingreso no son un defecto sino una virtud de las economías de mercado, al reflejar la valoración que la sociedad asigna a la actividad que cada uno desempeña.
El economista estadounidense Kevin M. Murphy, sostenía que la ampliación de la brecha de ingresos ha obedecido primordialmente al creciente rendimiento de la mano de obra calificada respecto de la no calificada, derivado de la globalización y el cambio tecnológico, que han generado una expansión de la demanda de habilidades especiales superior a la de su oferta.
El mayor diferencial es una buena noticia, porque premia la mayor educación, la cual posibilita una productividad más elevada. A su vez, este beneficio ha incentivado a una creciente proporción de jóvenes y, en especial, de mujeres, a continuar sus estudios en niveles superiores.
La igualdad de resultados suele perseguirse mediante la redistribución de recursos, cuya forma favorita de financiamiento es la progresividad en el ISR personal, consistente en tasas impositivas ascendentes, con base en el nivel de ingreso. La redistribución tiene el inconveniente de reducir el incentivo de los receptores para buscar por sí mismos la superación y convertirlos en dependientes permanentes de la asistencia pública. Por su parte, la progresividad, además de contravenir la libertad individual, tiende a ser ineficiente al castigar el esfuerzo laboral y el éxito, en detrimento del dinamismo económico.
Sin duda, el PIB tiene una limitación en cuanto a indicar el desarrollo o la felicidad de la sociedad; pero es una medida idónea para la comparación a través del tiempo no solo entre países sino en los desempeños particulares de cada país.
- Índice de desarrollo humano, el cual agrupa a ciertos países de una lista de 189 y donde Mexico ocupo el lugar número 48 en 1990 y que para el 2018 ya había descendido al sitio número 76, sin duda por un empobrecimiento en las esferas de:
- Expectativa de vida al nacer.
- Educación.
- PIB per cápita.
- Índice de felicidad mundial, donde mexico ocupa el lugar número 23 entre 156 países, dicho índice analiza las variables de:
- Expectativa de vida.
- PIB per cápita
- Apoyos gubernamentales.
- Ejercicio de la libertad
- Percepción de la corrupción.
- Índice de progreso social, publicado desde 2012 por la organización no gubernamental Social Progress Imperative, inspirada por el profesor de Harvard, Michael Porter, una de las luminarias de la institución, y el profesor del Instituto Tecnológico de Massachusetts, Scott Stern, que se basó en la obra del Premio Nobel de Economía, Amartya Sen y Joseph Stiglitz.
El Índice mide lo que le importa a una sociedad, como la salud, las libertades civiles (igualdad de oportunidades, grado de discriminación, participación de la mujer en la economía) y la infraestructura, mediante un conjunto de variables que calculan la calidad de vida y el bienestar del pueblo, en tres grandes dimensiones: necesidades humanas básicas, las fundaciones del bienestar y las oportunidades.
En 2017, el porcentaje fue de 71.93, y México figuraba en el sitio 48 debajo de Perú y arriba de Colombia, pero para el 2019, ocupa la posición 55 de 149 países.
Y en el ámbito nacional:
- Visor dinámico de bienestar, que produce el INEGI que es un sistema gráfico diseñado para visualizar de manera interactiva el orden jerárquico de las entidades federativas de México según un conjunto de indicadores que reflejan nueve dimensiones del bienestar:
- Vivienda,
- Ingresos,
- Trabajo,
- Comunidad,
- Educación,
- Participación ciudadana,
- Salud,
- Seguridad y
- Balance vida-trabajo.
En conclusión, el debate entre crecimiento y bienestar son temas que siempre será idóneo volver a poner en la agenda pública, cuando sus intenciones son agregar a las medidas de crecimiento existentes, ya que todas aquellas mediciones que se derivan de cada uno de estos grandes conceptos, no pueden ser menospreciadas, ambas se complementan para buscar un plan nacional de desarrollo. Bienvenida la atención a estas, la combinación de ambas métricas o las nuevas que vengan, siempre y cuando se complementen mutuamente.